lunes, 24 de septiembre de 2012

La condesa y los patos

La condesa se entretiene guiando a los patos huérfanos por sus jardines, como si fuera su madre y la líder de la manada. La condesa corre por la hierba que plantaron sus antepasados mientras los patitos forman una fila tras ella, que les conduce hacia la casita que les ha construido para protegerles de los rigores del otoño (en realidad la ha levantado Ernesto, el mayordomo, bajo la estricta supervisión de la condesa y siguiendo un diseño elaborado por ella del que sólo ha modificado algunos detalles para que la casita se sostenga en pie). La condesa ha servido en la casita unos canapés de foie para que los patos se alimenten y crezcan sanos. En realidad, los patitos se están comiendo a su madre, que por eso se han quedado huérfanos, pero no lo saben, y adoran a la condesa, que les guía en fila con diligencia por el jardín.

martes, 18 de septiembre de 2012


CRÓNICA DE SEXO
Maribel supera el cansancio y disfruta hasta dos veces con un Ernesto que se corre en el último momento

Mérida, 18 de agosto. La joven Maribel, de 27 años y un índice de masa corporal cercano al 30, se sobrepuso hoy a la pereza de mover su propio cuerpo y terminó disfrutando de dos orgasmos junto a su querido Ernesto, de 25 años y también orondo, que aguantó como un jabato durante once minutos para terminar corriéndose entre sudores.
La jornada se presentaba calurosa en Mérida y la tentación de quedarse pegados en el sofá viendo la programación de Telecinco estuvo presente desde primera hora de la noche, a pesar de lo cual Maribel hizo valer sus manitas de carnes generosas para provocar en Ernesto una erección por la que acabó concediendo trasladarse al dormitorio.
Una vez en la cama, con la luz de la mesilla encendida, la joven gorda se deshizo con prisas de la camiseta blanca que trasparentaba sendas manchas de sudor en las axilas y acto seguido rescató las tiras del sujetador de los pliegues de su carne para desabrocharlo y dejar en libertad dos pechos de gigantescas aureolas, cada uno de ellos del tamaño aproximado de la cabeza de su compañero, que se afanó por su parte en hundir la cara en el canalillo cálido y lubricado por el sudor de Maribel.
El amante Ernesto, presuroso por cumplir con su cometido ante tamaña mujer, se quitó también la camiseta sin preámbulos, no sin antes engancharse los brazos al tratar de sacarla con prisas por el cuello.
Con la barriga colgando por encima del cinturón de su pantalón tejano, arrapado a sus cebados muslos a pesar de ser una de las tallas más grandes del centro comercial, el joven emeritense no dudó en agachar la cabeza para bucear entre los lípidos de las piernas de Maribel, por debajo de su falda, hasta llegar, guiado por el olor a sudor y pescaito, a la cueva del placer de su pareja, que resultó ser una enorme y oscura guarida donde podría haberse ocultado durante varias noches una tribu nómada entera de antiguos hombres de las cavernas.
Con cautela, pero no sin ansia, Ernesto retiró las bragas color carne que cubrían a Maribel hasta más arriba del ombligo para dejar al descubierto unos labios rojizos que asomaban entre la negra maleza púbica con la amenaza de devorarlo.
El mozo no se amedrentó y alargó la lengua para saborear los jugos personales de la gorda, que sabían a la mermelada de moras que había devorado ella con fruición durante toda la tarde, hasta acabar con las existencias de la abuela, que eran hasta hoy de tres tarros de litro y medio.
Maribel permanecía tumbada boca arriba, sobre la grasa de su espalda, y movía sus extremidades superiores e inferiores, todas ellas fofas e indistinguibles las unas de las ostras, como una cucaracha babosa a la que le están comiendo el coño.
Impaciente por correrse, la joven agarró a Ernesto del pelo y lo tumbó sobre su tripa, en forma de balón hinchable de playa, desde donde el sufrido amante tuvo que hacer equilibrios para lograr introducir su pene en el agujero negro de Maribel, un cuerpo cuya masa ejercía un campo gravitatorio nada despreciable en el pequeño dormitorio de la pareja.
La oronda joven tardó pocos minutos en disfrutar de un orgasmo que le llegó a oleadas, que se tradujeron en una marea de flujos que salieron por su vagina y estuvieron a punto de arrastrar a Ernesto al fondo de la cama, si bien el valiente joven, viéndolo venir, se había agarrado antes de los pelos de los sobacos de Maribel para no verse empujado por la corriente del placer de su querida.
Tras correrse por primera vez, ella dejó de prestar atención a su pareja y comenzó a pensar en comida, lo que le provocó un placer aún mayor que la polla de Ernesto y la volvió a poner en modo receptivo.
Mientras imaginaba que deglutía una bandeja de calamares rebozados con el aceite mal escurrido no pudo aguantar más y gimió un orgasmo por segunda vez, una ocasión que Ernesto no desaprovechó para correrse  a su vez y descabalgarse del lomo de su ballena.



domingo, 9 de septiembre de 2012

Nunca en mi vida he sido tan feliz. Tanto, que ahora incluso me da vergüenza recordarlo.

sábado, 8 de septiembre de 2012

lunes, 3 de septiembre de 2012

En el metro. Observo a la gente que hay frente a mí, después miro al cielo buscando inspiración para la melancólica poesía romántica que estoy creando y que dirijo no solo a mi bella y casta enamorada, sino a todas las personas de buen corazón, que merecen toda clase de fortunas y bienaventuranzas.
En concreto a ti, sí, tú, rubita delgada que te sujetas a la barra vertical para no caerte con los frenazos. Si te quitas las bragas te recito una rima clásica. Pero las bragas tienen que ser para mí, no para el moreno alto y fuerte de delante. ¡Qué romanticismo en verso podría ofrecerte ese bruto! ¡Qué nubes en forma de corazón amoroso conocerá él! ¡No podrá ofrecerte nada más que sexo salvaje y unos abdominales de hierro, ese bestia! ¡Vente conmigo, rubia, yo escribo en el metro!