domingo, 15 de septiembre de 2013


La toalla estaba todavía húmeda en el toallero. Ella ha pasado por casa para ducharse, pensó él. El problema es que ella llevaba tres años muerta, aunque él no lograba aceptarlo. En la esquina de su casa, un furgoneta de DHL salió a toda prisa sin comprobar si el paso estaba libre y arrolló a su mujer a 50 kilómetros por hora un martes por la mañana.
Él seguía pensando que aquello era imposible, que no podía haber sucedido, y prefereía creer que ella regresaba a casa mientras él estaba en el trabajo. La toalla mojada era un signo claro de que había estado allí.
Podría haber dejado una nota por lo menos. Cada vez se estaba volviendo más maleducada. Últimamente no le hacía caso. Quizás tenía un amante. Le recorrió un escalofrío por la espalda. Un amante. Otro hombre tocando sus senos, introduciéndose dentro de su cuerpo. Le dio un mareo solo de pensarlo, como si le estuvieran violando. 
Eso debía de ser. Ella tenía un amante, por eso ya no le hacía el mismo caso que antes.
Con los días, tomó una determinación. Tenía que acabar con aquello, ya no podía mantener más aquella relación fraudulenta, no podía estar con una mujer que no le quería. Una mañana, antes de ir a trabajar, dejó una nota en la mesa de la cocina. Cariño, esto no puedo seguir así, quiero que nos separemos por un tiempo. 
Ella ni se dignó a contestar. Cuando él llegó a casa por la noche encontró la nota en el paruqé. Seguramente se había enfurecido al leerla y la había arrojado al suelo. Después se habría marchado triste y enfadada al mismo tiempo, dispuesta a no volver. El lloró durante horas aquella noche, ni siquiera se había llevado su ropa. Si le enviaba su nueva dirección haría un paquete para ella. 

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